viernes, 6 de mayo de 2005

La Casa de la Lluvia (Santander), de Juan Navarro Baldeweg




A su regreso de los Estados Unidos, donde había pasado cinco años investigando arte y arquitectura en el Instituto de Tecnología de Massachussets, Navarro Baldeweg recibió de su hermano el primer encargo: una casa para pasar el fin de semana en las colinas de Cantabria. La casa materializó aquellas investigaciones conceptuales americanas pero, como si se tratase de una caja de resonancia, requería del habitante para que se escuchase.

La materialización de la investigación
El hermano de Juan Navarro Baldeweg quería disfrutar con su familia las vacaciones en Alto de la Hermosa, Liérganes, en un terreno que domina el verde valle que se abre al oeste y desde donde igualmente se puede contemplar, al norte, el mar en la lejanía. Así se lo dijo al arquitecto, quién, en esta su ópera prima, iba a tener la oportunidad de hacer realidad las indagaciones de una dilatada formación conceptual. Ya antes de matricularse en arquitectura, Juan había estudiado Grabado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid. Eso hace que, desde entonces, se considere tan pintor como arquitecto. Tras obtener el título de Doctor por la Escuela de Arquitectura madrileña, en 1970 comenzó su estancia en el MIT de Boston, hasta que, en 1977, volvió a la misma Escuela de Arquitectura como catedrático de Proyectos.
Durante este periplo académico, Navarro Baldeweg reflexionó y analizó dimensiones esenciales de la Naturaleza, como la luz, la gravedad, el horizonte, el equilibrio, y la mano; todas ellas desarrolladas en sus distintas instalaciones, pintura y, por último, arquitectura. Por ejemplo, Pieza de Columpio, de la exposición Luz y metales en la Sala Vinçon de Barcelona, 1976, consistía en un juego de equilibrio e inestabilidad que constituía un efecto de suspensión en el espacio y en el tiempo. Ahondando en el campo de la percepción, su instalación de cajas denominada Cinco unidades de luz, de 1974, construyen y dan forma al recorrido de la luz en un entorno natural. Desde estas investigaciones, Baldeweg se mueve alternativamente entre las disciplinas de escultura, pintura y arquitectura, y aspira a experimentar el espacio y el entorno a través de la relación entre pensamiento y sentimiento.

La casa de la Lluvia
La Casa de la Lluvia (1978-1982) debe su nombre a las condiciones climáticas que la rodean. La estratificación de sus materiales constructivos -piedra, vidrio y zinc- hace que la lluvia transforme la casa, vistiéndola, cambiando sus texturas y colores, y resonando en ella. Esta idea ya estaba presente en una instalación de 1979 que formaba parte del proyecto. Consistía en la maqueta de cobre de una casita con cubierta a dos aguas y grandes canalones, sobre la cual, un serpentín pulverizaba una fina lluvia. Como si el agua "peinase" la casa, el ojo del espectador sentía una relación entre la forma, el espacio y las diferentes texturas que el agua dejaba atrás.
El proyecto adquirió la forma de U, con sus brazos ligeramente abiertos, como en un gesto de abrazar el valle. La vinculación con el paisaje se reforzó al separar la estructura portante de la casa de su cerramiento y permitir así que una banda alta de ventanas recorra las fachadas con la visión ininterrumpida del horizonte. Mediante el uso de referentes arquitectónicos, como las perspectivas interiores de Baillie Scott (1865-1945) y sus ventanas situadas a la altura de la vista, Navarro Baldeweg hacía también alusión al compromiso con el funcionalismo y la poética del espacio.
Tras ascender el camino de acceso que rodea a la casa, el visitante se encuentra con un vestíbulo caracterizado por sus dos muros curvos y ciegos. Allí, la ausencia de referencia del horizonte produce un cierto sentimiento de opresión y hace que el ojo se mueva en busca de límites. En este punto, el proyecto preveía que se percibiesen tres vitrinas que debían organizar los abrigos, los libros y la vajilla respectivamente. Estas vitrinas actuarían de mediadores entre el habitante y la naturaleza y, con la disposición radial de las mismas, guiarían la vista hasta alcanzar el espacio infinito exterior, enmarcado por una pérgola en el jardín. Es entonces cuando el ojo descansa y contempla la línea del horizonte. Al comenzar a llover, esta línea vuelve a desaparecer y da paso al suave sonido de la lluvia en el tejado.
En el ejercicio de aumentar de escala aquella primera casita de cobre hasta hacerla arquitectura, Juan Navarro Baldeweg introdujo la noción del habitante, su percepción al entrar en un espacio y organizar las posesiones y memorias ante el paisaje. Aunque esas vitrinas nunca llegaron a ser construidas, el arquitecto ofreció la posibilidad de aunar la vida cotidiana con el mobiliario, la arquitectura y el paisaje. Imaginó una casa que actuase como caja de resonancia ya que, como él mismo nos clarificó, "el instrumento y la música no son lo mismo. Nadie hace un instrumento musical por el objeto mismo. La experiencia de la arquitectura es como la de escuchar música." Como tal, la Casa de la Lluvia únicamente se percibe en su totalidad cuando se habita.

Pie de fotos:
a. Juan Navarro Baldeweg (n. 1939), pintor y arquitecto. (FOTÓGRAFO: PABLO FERNÁNDEZ LORENZO)
b+c. Casa de la Lluvia, instalación 1979.
d. Dibujo de la casa de la lluvia sobre fondo blanco (1979). Lápiz sobre papel. 30 x 40 cm.
e. Como si el agua "peinase" la casa, el ojo del espectador siente una relación entre la forma, el espacio y las diferentes texturas que el agua deja atrás.
f. Planta de la Casa de la Lluvia (1978-1982).
g. Vista parcial desde el norte. (FOTÓGRAFO: CHURTICHAGA, ESTUDIO JNB)
h+i. El proyecto adquirió la forma de U, con sus brazos ligeramente abiertos, como en un gesto de abrazar el valle.

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